viernes, 14 de marzo de 2014

O me callas o me callo.

Alguna vez he oído a personas habladoras decir que preferirían morir a no poder hablar. Resumidamente, en eso consiste este artículo: pasar 24 horas sin comunicarnos. Y sí, digo comunicarnos; no hablar, porque comunicarse incluye algo más que sólo emitir sonidos por la boca. Comunicarnos en este caso se refiere a todo lo que implique relacionarnos con alguien, ya sea hacer gestos con la cabeza o las manos o gesticular con la boca sin producir sonidos. Esto también implica que no podemos comunicarnos por ordenador o con el móvil y, preferiblemente, tampoco usarlos para jugar o entretenernos, ya que, aunque no se haya dicho con estas palabras, la finalidad de la actividad es que te relaciones contigo mismo interiormente, mediante tu propia reflexión. También sería preferible que, aunque tengamos un examen al día siguiente (como es mi caso, que yo tenía dos exámenes al día siguiente de realizar el ejercicio), no estudiemos el día que no podamos hablar para no mantener la mente ocupada. Esto resulta bastante lógico porque puedes estudiar antes de tener que hacer la actividad porque ya es mala suerte que no estudiemos nunca y tengamos que estudiar en este día. Como podéis ver, ya no le dejan a uno ni hacer la fotosíntesis tranquilo. En realidad, yo no me considero una persona superhabladora, pero sí que me considero una persona comunicativa. Por eso para mí si el ejercicio consistiera sólo en "NO HABLAR" pues tampoco tendría mucho que escribir, pero como no es el caso y he tenido mucho tiempo para reflexionar, doy paso a lo que mi mente me ha estado diciendo todo ese tiempo.
Haciendo un poco de referencia a lo que he experimentado, normalmente suelo ponerme los auriculares y aislarme completamente del mundo, desde que me despierto hasta que llego al instituto. Hoy, para no mantener la mente ocupada, no me he puesto los auriculares (esto resulta muy extraño en mí, ya que mucha gente me reconoce únicamente por los auriculares) y debo decir que gracias a eso me he dado cuenta de la monotonía de mi horario tipo desde que salgo por la puerta de mi casa para coger el autobús hasta que vuelvo a coger el autobús al salir del instituto. Pues bien, mi horario consiste en: salgo de mi casa (con los auriculares puestos, por supuesto), saludo a quien sea que esté en la parada con un 'buenas', me monto en el autobús y saludo al chófer, me quedo observando a la gente que sube y baja del autobús mientras escucho mi música, llego al instituto y espero en el banco de la entrada mientras llegan más compañeros. Toca el timbre y subo a clase para pasarme dos horas sin entender nada porque mi cerebro y mente están completamente desconectados. Toca el timbre del primer recreo y éste para mí consiste en comerme el bocadillo, saludar a una amiga y decir tonterías mirando desde un balcón de la primera planta. Vuelve a tocar el timbre y las siguientes dos horas las paso preguntándome cómo he podido acabar ahí, haciendo algo que no me gusta, independientemente de cuál sea la asignatura. Vuelve a tocar el timbre, segundo recreo; volvemos a quedarnos en un balcón diciendo tonterías. Suena el timbre, últimas dos horas y, como no, las que se hacen más pesadas del día. Vuelve a sonar el timbre para indicar que acaban las clases y me limito a andar rápido para no perder el autobús, sin despedirme de nadie porque no me merece la pena, total, los voy a ver al día siguiente... Subo al autobús, me pongo mis auriculares y termino como empecé, aislada del mundo. Realmente, resulta muy triste que me haya dado cuenta de esto teniendo que pasar un día sin hablar...
Bueno, como he dicho antes, no me considero una persona habladora, ni mucho menos pero, como era de esperar, mis amigos iban a estar ahí para apoyar mi causa e intentar que hablara. Realmente no me ha resultado duro eso de no poder comunicarme, lo duro ha sido acordarme de que no debía hacerlo.
Antes de empezar la actividad, pensaba que iba a ser como estos típicos días que estás de bajón o simplemente no tienes ganas de hablar y pasas de todo el mundo. Pero por desgracia o por suerte no ha sido así. Estoy acostumbrada a que todo el mundo me pida ayuda con algunas asignaturas en los recreos y/o en los cambios de clase, y la verdad es que hoy, al ver que no podía ayudarles, han pedido ayuda a otra persona que realmente no estaba tan segura explicándoles como suelo hacerlo yo. Sentí frustración. Sentí un nudo en la garganta por no poder decir aquello que pensaba. Me sentí como un niño tímido al que nunca le tienen en cuenta su opinión y tampoco pone empeño en que se reconozca que está ahí. Me sentí como cuando yo misma era más pequeña y me costaba decirle a los demás lo que pensaba de ellos. Actualmente, me tachan de borde porque no me corto un pelo diciendo lo que pienso. Pero hoy me he sentido como una Violeta indefensa, débil, invisible... como solía ser antes. Por suerte, esto no es más que una actividad de un sólo día, así que cuando por fin terminó, volví a sentirme yo. Creo que es de las pocas veces que me enorgullezco de ser yo y ser como quiero, pero aun así esto me ha hecho sentir que me avergüenzo de cómo era antes, de recordar cómo todo el mundo se aprovechaba de mí y abusaba de tener más fuerza que yo para hacerme lo que ahora se considera acoso. No voy a decir que ojalá nunca hubiera pasado, porque gracias a cosas así es por lo que ahora soy más fuerte. 
Bueno, volvamos atrás, que me voy del tema. He tenido mucho tiempo para reflexionar tanto temas "normales" como temas personales. Pongo "normales" entre comillas porque cuando estoy sola, suelo hablar conmigo misma y suelen salir temas parecidos a los que he citado. Pero entre esas reflexiones salió un tema bastante interesante sobre el que me gustaría hablar: las personas mudas.
Nosotros, los que realizamos esta actividad, no estamos obligados ni mucho menos a hacerla, ni tampoco estamos obligados a no comunicarnos. Hay personas que lo han hecho y alguna vez han hablado o han gesticulado para decir algo o incluso dejaron avisados de antemano a sus compañeros para que les hicieran preguntas de sí y no con las que pudieran responder moviendo la cabeza. Así pues, yo me propuse no comunicarme, y creo haberlo conseguido. Mi duda surge de: nosotros realizamos esta actividad porque queremos, porque nos resulta interesante aun sabiendo que no es fácil estar sin hablar durante todo un día, pero quizá, si lo hiciéramos durante más tiempo, nos acostumbraríamos a no abrir la boca y quizá hasta nos costaría tener que comunicarnos. Teniendo en cuenta esto, mi reflexión me llevó a preguntarme "¿y si hay mudos que no hablan porque no quieren? ¿y si hay mudos que no hablan porque les parece innecesario?" Es cierto que hay sordo-mudos, sí señor, pero no es éste el caso que aquí planteo. Hablo de personas que, sin motivo aparente, no saben o no pueden (o no quieren) hablar. 
Se supone que nos diferenciamos de los demás animales en que poseemos el don de la palabra, pero entonces, ¿qué pasa con estas personas? ¿Son considerados animales en vez de personas? Ahora bien, ¿quien asegura que los animales no puedan hablar? Por mi cabeza se pasó la idea de que quizá los animales sí tengan la capacidad de hablar, pero no lo hagan porque les parece innecesario. ¿Por qué no? Cada uno divaga a su manera. Otra idea que se me pasó por la cabeza entre las que más destacaban (hay algunas ideas que mi cabeza simplemente las ha descartado, porque la verdad es que no las recuerdo) es el tema del miedo. ¿Por qué existe el miedo? Hay teorías que dicen que el miedo surge con el inicio de la vida, cuando los animales tenían que esconderse de quienes podían cazarlos o, lo que sería el caso más común que es el miedo a la oscuridad, se dice que surge de cuando las primeras personas se metían en cuevas para intentar habitarlas; iban con el miedo de que existiera la posibilidad de que dentro hubiera un oso o cualquier animal que se ocultara allí.
Suponiendo que entendemos el concepto de miedo, ¿qué pasaría si lo mezcláramos con la idea anterior que habíamos sacado sobre los mudos? Yo misma, no sé cómo, me he parado a pensar en la improbable posibilidad de que haya personas que no hablen porque tengan miedo. El problema es que de aquí surge otra pregunta a la que mi cabeza no le ha encontrado una respuesta coherente (esto resulta estúpido, porque no hay nada de coherente en todo lo que he escrito): ¿y a qué se debe ese miedo? Puede que quizá si hubiera pasado más tiempo llevando a cabo la práctica de no hablar, hubiese encontrado una solución distinta de las que ahora se me ocurren escribiendo, pero que no pienso deciros porque realmente esas soluciones no han salido de mi tiempo de reflexión.
No sé qué esperabas encontrar cuando abriste este artículo, ni si es lo suficiente estrambótico para ti, pero como consejo te digo que afrontes tus miedos y que si de verdad te consideras una persona tímida, que intentes realizar este ejercicio para que puedas darte cuenta de la necesidad de decir todo lo que piensas, ya sea bueno o malo.

No hay nada más difícil que hacerle daño a quien uno quiere, pero mayor es el daño que se hace al callar, cediendo ante el miedo y no enfrentándose. Pero el daño también se puede curar. TODO está en juego. Ha llegado el momento de dar la cara.

jueves, 6 de marzo de 2014

Hacerse una idea del polvo.

Como el resto de la clase, me veo en la interesante obligación de elegir un ejercicio 'diferente' sobre el que escribir. Las opciones no las inventábamos nosotros, claro, sino que las sacó nuestro queridísimo y grandioso profesor de filosofía, Jesús Zafra. La verdad es que había propuestas bastante sonantes, como realizar una comida al revés, organizar un concurso de sorpresas, inventar falsas leyes científicas... pero yo, como soy más impresionable que todas las cosas, elegí como principal opción hacerme una idea del polvo. Realmente, no sabíamos de qué trataba cada prueba hasta que la elegíamos, que era cuando nos daban la parte correspondiente del libro en la que venía explicado sobre qué trataba. Para mí fue bastante decepcionante. Cuando pensé en hacerla, se me pasaban por la cabeza muchas opciones de cómo podría ser y se me ocurrió elegirla porque resultaba bastante cómico realizar algún ejercicio sobre algo que no me hace ningún bien. Soy alérgica al polvo. De todas formas, algunas de las posibilidades que se me pasaron por la cabeza fueron que podría tratarse de mirar el polvo y hacer una reflexión simple u observar cómo se deposita en tu mesa de noche sin que puedas evitarlo. Pero no, cuando el artículo dice hacerse una idea del polvo, es hacerse una idea del polvo. Básicamente, la prueba consiste en que hacerse una "idea" del polvo es buscarle forma, para lo que necesitaría mucho tiempo y visitar muchos lugares para comprobar que en todo el mundo el polvo no es más que eso, polvo, sin forma, sin idea, así de simple. Así que porque puedo y porque quiero (espero que esto no reste puntos en la evaluación) he decidido modificar un poco el ejercicio.
El otro día, como todos los otros días, tuve que hacer limpieza en mi casa. No sería bastante raro si no se me hubiera pasado por la cabeza la idea de "¿por qué no limpiar la parte superior de aquel típico armario que todo el mundo tiene y al que seguro que nadie le limpia el techo?". No es por quedar como la sucia de mi casa, pero si no llego al armario, pues no llego y punto, no me molesto en subir una escalera para algo tan estúpido como eso que sólo lleva sin limpiarse desde la última vez que se pintaron las paredes de la habitación hace cuatro años. Bueno, el tema es que me subí a la escalera (con guantes y mascarilla; protección ante todo siempre) y observé la aglomeración de polvo. Pero visto así, no era más que polvo, sin nada particular. Cualquier otra persona seguramente hubiera soplado para ver cómo se tambaleaba de un lado a otro flotando en el aire. 
Como no contaba con esa opción, me limité a observar el polvo buscando la posibilidad de encontrarle la "forma". No encontré más que capas de polvo almacenadas durante años en la que se podía casi diferenciar cada grumito de polvo y que lo único que hacían era darle antigüedad a ese armario en el que se encontraban. 
Como no sabía qué más hacer, me limité a limpiar el polvo y, para mi sorpresa, pasó aquello de lo que siempre he oído hablar a mi madre y a lo que nunca he creído porque me parecía una estupidez: se formó una pelusa. Puede que para ti que me estás leyendo, esto te resulte estúpido, pero para alguien que tiene alergia al polvo como soy yo, me resulta fascinante, ya que, debido a esto, en mi casa hay que limpiar cada dos días. 
Continuando con mi fascinación, se me ocurrió meter aquella pelusa en agua, pero sólo la mitad, para ver qué pasaba. Aunque llevara guantes, al tacto resultaba bastante espeluznante tocar algo y notar cómo se te deshacía en las manos sin poder evitarlo. Ya para terminar mi experimento, hice aquello que de otra forma nunca habría hecho: soplar el polvo. Ahora es cuando te preguntas cómo has podido acabar leyendo el artículo de alguien así, sin sentido alguno. Un artículo que parece tratar sobre un tema diferente como es hacerse una idea del polvo y que una lunática hable sobre su experiencia como persona alérgica que es. Pues te digo que es bastante relevante porque la pelusa, como era de esperar, se convirtió en polvo y pude observar que aunque a primera vista todas las motitas parecían iguales, no lo eran. Quizá esto sea debido a que se me ocurrió soplar el polvo apuntando hacia una ventana por la que entraba bastante sol y me permitió diferenciar (aunque no con mucha calidad) que el polvo no tenía por qué ser un sólido. Porque, si lo piensas, ¿cómo es posible que un sólido pueda sostenerse durante tanto tiempo en el aire y pueda viajar teniendo una "forma" tan poco dúctil? 
Repito que es posible que para ti que lo lees, esto no valga tanto como para alguien que tiene esta experiencia por primera vez, así que ahora, hablando sobre el tacto de la parte de la pelusa que estaba mojada, parecía no ser nada, como si se disolviera en el agua, o que simplemente fuera un componente más de ésta. 
Como conclusión dejo como consejo que no el artículo que más te llame la atención tiene que ser el más interesante, ni tampoco por eso al ponerlo en práctica tiene que ser aburrido; puede que el azar haga algo más por ti que lo que tú esperas que pase. ¿O quizá no existe el azar?


Existe el destino, la fatalidad y el azar; lo imprevisible y, por otro lado, lo que ya está determinado. Entonces como hay azar y hay destino, filosofemos.